En un contexto global marcado por tensiones geopolíticas y avances tecnológicos acelerados, el incremento de inversiones en investigación y desarrollo (I+D) con fines militares trae nuevamente al debate la importancia de los procesos éticos en la creación de soluciones innovadoras para este sector.
Esta interrogante es planteada por el portal The Conversation, donde reseña sobre el crecimiento de la demanda de I+D para el área de defensa, tras presentar un estudio realizado por el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI), en 2023 en el que se reseña que el gasto militar aumentó un 6,8 % respecto al año anterior.
Ante este escenario, la ética no puede ser una reflexión secundaria, sino la brújula que orienta decisiones con implicaciones de largo alcance.
Además, la línea entre tecnologías militares y civiles se ha vuelto difusa, con muchas innovaciones que provienen de la I+D militar y viceversa. Esto requiere un control más riguroso sobre la cooperación científica internacional.
Tal y como lo indica el artículo reseñado en el portal, no es lo mismo colaborar en el diseño de armas autónomas que trabajar en ciberseguridad para proteger infraestructuras críticas. La ética en la investigación armamentista también plantea un dilema en las instituciones académicas, donde la demanda de contribuir a la seguridad nacional choca con los valores de difusión del conocimiento y colaboración internacional.
Se considera fundamental que los investigadores y las instituciones académicas reflexionen sobre el impacto y los beneficiarios de su trabajo, estableciendo un marco de gobernanza que permita decisiones informadas y responsables.
El portal hace referencia a ejemplos históricos de avances científicos nacidos del ámbito militar, como el Internet, el GPS o innovaciones en medicina. Aunque estos casos recalcan el potencial transformador de la investigación militar, no deben justificar una militarización indiscriminada de la ciencia. Al contrario, realzan la necesidad de dirigir la innovación hacia fines éticos y beneficios sociales.
Las tecnologías profundas, conocidas como deeptech, que demandan altos niveles de inversión y desarrollo prolongado, son especialmente relevantes para el ámbito de defensa debido a su capacidad para generar ventajas estratégicas significativas. Sin embargo, el acceso restringido a estas tecnologías podría derivar en dependencias peligrosas hacia terceros.
Hoy más que nunca, las comunidades científicas y académicas tienen la responsabilidad de actuar como guardianes del interés público, rechazando usos perjudiciales de la tecnología y promoviendo alternativas centradas en valores como la vida, la equidad y la sostenibilidad.
La construcción de modelos de cooperación equilibrados y beneficiosos para todas las partes es clave para prevenir conflictos.
En un periodo marcado por el auge de tecnologías como la inteligencia artificial, que tiene el potencial de transformar los equilibrios globales de poder, es imperativo situar la ética como eje central en todas las etapas de la investigación, desde el diseño de estas hasta su aplicación.
En Venezuela, todas las iniciativas en el desarrollo del sector científico y tecnológico están definidas por prácticas éticas y de respeto a la vida, la paz y la estabilidad. La defensa de la Patria está garantizada con respeto, moderación y valores a favor de la estabilidad y la tranquilidad.
Los Estados, hoy en día, enfrentamos el desafío crítico de cultivar una cultura científica que promueva valores universales como la paz, la justicia y la dignidad.